viernes, 6 de septiembre de 2019

Sextember: Shibari

Okay, okay. Hice trampa. Mezclé los prompts de un Sextember con otro. Y tampoco es un escrito corto  ¯\_(ツ)_/¯ Pero fueron 30 páginas en Word que amé mucho. Así que espero que los disfruten mucho.
Este texto transcurre en una línea que mi cabecita loca creó de “Unitana”, cómic de mi amiga, Olindart, a quien le agradezco su permiso para jugar con sus niños y el precioso arte que acompaña esta pieza. Si quieren conocer la historia de cómo, según yo, este par se enamora, se aman y se casan, díganme y se los comparto :) 
Como fanfic, nada de esto es canon. Lean el material original para conocer a los personajes mejor. Sin más que agregar, aquí les dejo el escrito “Shibari”. 

La vida de Primera Dama de Newsport era una que Deltomi T. Toden nunca había pensado para sí misma. Antes de todo el embrollo de Unitana, la serpiente, Guts y los líderes de los bandos, Tomi sólo planeaba los horarios en que trabajaría para desocuparse a tiempo y ponerse al corriente con las series de televisión que seguía. Antes de todo, ella había sido una chica sencilla. Pero las cosas habían cambiado. El día en que se descubrió que Guts era el último puerco en el país, el mundo de Tomi se puso patas arriba.
Primero, Holo Uni, Mate Tana y Ecua se aparecieron en su puerta para reclamar la custodia del cerdo. Luego apareció Unitana, el poderoso ente del amor, nombrando a Tomi “su voz”. Después Ecua se enamoró perdidamente de la chica y llegaron los regalos, las serenatas, las escandalosas propuestas de noviazgo y de matrimonio… Ah, sí, y también había estado la cuestión de la serpiente, que predaba a Tomi, Guts y Unitana mientras seguía envenenando ganado.
—¿Estás lista, cariño? —preguntó Ecua a su esposa, dándole un beso por detrás de la oreja y sacándola de sus pensamientos.
Tomi sonrió, olvidándose de todos los enredos que les causaron desventuras, pero por los cuales terminaron así, casados y felices. ¡Había pasado un año ya!
—Sólo te esperaba a ti —respondió Tomi, girándose para encarar a su esposo.
Ecua acababa de salir de darse un baño y, aunque sólo estuviera usando los pantalones amarillos de su pijama, lucía más limpio y pulcro de lo que las televisoras nacionales lo habían transmitido ese mismo día, dando su reporte de Gobierno y, de pasada, recordándoles a todo los entregados, sacrificados y neutrales que aquel día se conmemoraba su primer aniversario de bodas con su mazorca acaramelada. Había sido un día ajetreado y, aunque una verdadera fiesta de aniversario era justa y necesaria, a la mañana siguiente el presidente tenía una importante reunión con líderes de países vecinos, y era necesario que fuera puntual. De hecho, Tomi había accedido a acompañar a su esposo, siempre dispuesta a aprender más de lo que él hacía y lista para ser su apoyo moral ante el estrés de las cosas que se pudieran discutir. Todavía había mucho que reparar luego de los ataques de Amadeus en su guerra contra Unitana…
Por eso, por más que Ecua hubiera deseado darle a su esposa una cena de lujo y organizar un baile en honor de su matrimonio de un año, ambos llegaron a la conclusión que lo mejor era posponer la fiesta y disfrutar la noche juntos.
—Luces hermosa, Tomi —se sonrojó Ecua, haciendo que ella sintiera que había logrado su cometido.
Para la ocasión, Tomi había decidido conseguir un nuevo conjunto de lencería. Seguía sin considerar que esa clase de cosas fueran muy necesarias en la cama, pero a Ecua lo entusiasmaba mucho que ella usara ropas amarillas, y, bueno, realmente no era difícil encontrar ropa linda en ese color, estando en territorio Real Neutral. Luego de dedicarle unos momentos de su día a la búsqueda, Tomi había dado con el conjunto adecuado, con encajes amarillos y delicados detalles en negro que, a su ver, le otorgaban un aire muy elegante a su elección. Además, el bralette era muy suave y cómodo; ella podría usarlo cada que quisiera, y Ecua podría disfrutar acariciarle los pechos y pezones a través de su suave algodón cuando la oportunidad se prestara.
Con el corazón bombeándole a mil por hora, Tomi estiró el cuello, intentando acortar la distancia entre sus labios y los de su alto marido. Además de haber salido en la cacería por su lencería nueva, la mujer también había acudido al salón para ser maquillada. Ni ella ni Ecua le daban mucha importancia al maquillaje y rubores de la Primera Dama, pero Tomi era consciente que, a veces, era necesario que una usara rímel y lápiz labial. Y, si esa noche se iban a permitir jugar más de lo que de costumbre, valía la pena ir presentable.
—Soy tuya, Ecua —suspiró la mujer—. Has conmigo lo que quieras —dijo, y cerró los ojos con una sonrisa.
Ecua besó delicadamente los labios de su esposa y colocó sus manos en los hombros de Tomi, sintiendo cómo todo él temblaba…
Amaba a Tomi. Hacerle el amor era una de sus actividades favoritas. Había fantaseado durante tanto tiempo poder amar a una dama, hacer una vida con ella y sentirse acompañado luego de sus largas jornadas de trabajo, que poder realizar todo eso con Deltomi seguía pareciendo un sueño. Todavía había momentos en que Ecua se preguntaba si la serpiente no lo había mordido y asesinado, y que todo lo que estaba pasando en su vida no era más que una alusión previa a la muerte. Todo era demasiado bueno, demasiado perfecto, demasiado parecido a sus imaginaciones más locas que no podía ser real…
Pero la fuerza de su corazón bombeando dentro de su pecho y los temblores nerviosos de sus manos le confirmaron al vaquero que no estaba soñando, que aquello era real, que en verdad estaba ahí con Tomi, y que ella estaba presentándole su blanco y delicado cuello, adornado con una linda gargantilla amarilla con negro. Ecua sintió que dejaba de respirar.
El día en que decidieron que lo mejor sería disfrutar un aniversario de boda solos, en la comodidad de su habitación de casados, Tomi había tenido otra propuesta: ¿por qué no probar cosas nuevas? Un año se les había ido conociéndose, acariciándose con suavidad, besándose con delicadeza y descubriendo qué cosas hacían que el otro sintiera que se derretía en las manos del otro. Y Tomi no quería que se malinterpretara, porque ella en verdad disfrutaba la manera respetuosa en que Ecua la llenaba de placer, pero ¿por qué no probar algo nuevo? Las manos de Ecua eran una de las cosas que ella más disfrutaba, tan grandes y fuertes, tan cariñosas con ella y tan buenas empuñando una varita de cuerno de unicornio para usar su magia y proteger a las personas que al presidente más le importaban. Y, siendo honestos, Tomi se moría por sentirlas sobre ella todo el tiempo, pero también quería experimentar su faceta más ruda: ¿qué se sentiría si él la nalgueaba? ¿Qué tan erótica sería la sensación de sentir a su marido asfixiarla con cuidado mientras la penetraba, permitiendo que respirara sólo poco antes de sentir que se le acababa el aire, en medio de tanto placer? Tomi de verdad quería saber.
Y Ecua… Bueno, él existía para hacer feliz a su mujer, a su chica ideal. A pesar de ser el presidente de toda la nación, primero se consideraba el esposo de Deltomi. Y lo que ella dijera, hiciera o necesitara era prioridad para el vaquero. Así que si ella quería que la nalgueara, que la asfixiara, que la penetrara con rudeza y que tuvieran que tener mucho cuidado para no lastimarla mientras se amaban, él estaba dispuesto a intentarlo.
Él estaba dispuesto a probarlo.
Él debía de estar dispuesto.
Él quería hacer todo lo que ella quisiera hacer.
Él…
—No puedo, Tomi.
Ella abrió los ojos y vio que los azules de Ecua estaban acuosos, temblorosos y llenos de miedo. Cuando ella sintió la manera en que las manos de él la acariciaban de manera nerviosa, en ningún momento imaginó que Ecua estuviera al borde de las lágrimas.
—No puedo, Tomi —repitió él.
De verdad no podía. ¿Cómo podía él, el hombre que más la amaba, el que la seguiría a cualquier rincón del universo, el que la buscaría debajo de todas las piedras y en cada esquina del planeta en caso de necesitarlo, hacer algo como aquello? A pesar de contar con el consentimiento de la dama, Ecua se sentía como la peor escoria de todas imaginando lo que sería cerrarle las manos en torno al cuello. Ni siquiera delante de criminales o de Holo Uni y de Mate Tana, él era capaz de algo así.
—Perdóname, mi amor —pidió Ecua mientras las primeras lágrimas escapaban de sus ojos.
Entonces fue el turno de Tomi de escandalizarse. Ella no había planeado para nada que su propuesta pusiera así de mal a su marido. Ni siquiera cuando la dijo, delante de él y viendo detenidamente cualquier reacción que Ecua pudiera tener ante sus ideas, había notado que lo preocuparía tanto.
—¡Ecua, no, tranquilo! —exclamó ella, sujetándolo de los hombros—. Todo está bien. No lo haremos así si no quieres. Está bien, de verdad. No hay nada que perdonar.
Pero Ecua ya se sentía como un marido incumplidor. No quería lastimar a su esposa, así como tampoco quería fallarle en sus fantasías, en sus necesidades. Siempre hacían las cosas como él las proponía, con respeto y mucho cuidado, acaramelados y en sesiones que procuraban que ella sintiera la mayor cantidad de placer posible. Pero, ¿y si no era así como Tomi quería las cosas? ¿Que tal si por todo ese año, Tomi había recibido el amor de Ecua de maneras en que no la satisfacían al cien, con tal de verlo feliz a él? ¿Y si él en verdad era un marido incumplido y ella se había estado sacrificando y entregando por completo, sin recibir nada a cambio? ¡Unitana!, Ecua odiaría saber que Tomi se entregaba y sacrificaba por él…
—¡Ecua, Ecua! —se preocupó Tomi. No podía leer mentes, pero conocía lo suficiente a su esposo como para saber que su acelerada imaginación le estaba presentando mil escenarios negativos. Uno peor que el anterior.
El presidente se calmó al sentir las manos de su esposa acunarle el rostro. Como cuando se tenían que usar anteojeras para prevenir que los caballos se pusieran nerviosos y para ayudarlos a que sólo se concentraran en lo que tenían por delante, las manos de Tomi fueron el ancla que previno que la mente de Ecua se perdiera en el mar de sus miedos y ansiedades.
—Está bien, mi amor. Todo está bien —aseguró la Primera Dama—. Todo está bien.
Ecua sintió que su respiración se acompasaba. Tomi no lucía molesta ni decepcionada. Sí preocupada, pero no resentida por que él se negó a lastimarla en medio de su noche especial.
—Podemos hacer otra cosa —aseguró Tomi, recuperando una sonrisita—. La noche es joven y se nos pueden ocurrir mil cosas.
—Pero tú querías…
—Quiero lo que sea que nos haga felices a los dos —la sonrisa de ella decía que hablaba con la verdad.
Ecua bajó la mirada, avergonzado. Cuando estaba con Tomi era difícil controlar sus emociones. A veces, podía ser romántico; otras, podía ser un verdadero bochorno. Qué vergüenza que su esposa lo hubiera visto lagrimear por algo como aquello…
Los ojos de Ecua repararon en el atuendo de Tomi, la manera en que sus delicados pechos lucían más coquetos y traviesos gracias al bralette, la forma en que sus bien formadas piernas de exgranjera lucían seductoras gracias a las medias que su esposa había decidido usar…
—Es una lástima que te pusieras tan guapa para mí y que yo…
—¿Te gusta? —interrumpió Tomi antes de que Ecua comenzara a culparse solo de nuevo—. Lo compré hoy mismo. ¡Y tienes que ver esto…!
Sujetando la mano de su marido, Tomi lo condujo a la cajonera donde ella guardaba sus cosas. Ahí seguía la bolsa de papel en la que había venido la lencería que ahora usaba.
—Es de una tienda muy bonita en el centro. Vende cosas para señoras y tiene objetos muy interesantes —siguió diciendo Tomi.
Cualquier cosa que ayudara a Ecua a distraerse era buena, y, recordando las cosas que ella había visto ahí adentro, podría idear algo lo suficiente picarón como para que los deseos de su esposo volvieran a encenderse. Así que la mujer se puso a narrarle cómo era la tienda; cómo, cuando uno entraba, encontraba primero lo convencional: trajes de baños, lencería del día a día en diferentes tallas, y uno que otro accesorio, como ligueros o refuerzos para los tirantes de los brasieres. Pero, si uno se metía al fondo, se encontraba la sex shop, con sus indecentes velas en forma de penes, vibradores de todos los colores del arcoíris y formas que Tomi prefirió no pensar (era inquietante que tantos quisieran saber cómo era meterse el miembro de un caballo. ¿Qué pensaría Unitana al respecto?), y sus lubricantes de aromas frutales.
—¿Entraste a una sex shop? —se ruborizó Ecua. No sabía si era necesario prevenir a su esposa, recordándole que los paparazis y tlacuaches escritores podrían estarla siguiendo y redactando toda clase de cosas picantes sobre ella, o si reclamarle por no haberlo llevado con ella. Una parte de él incluso quería escandalizarse al pensar en su linda esposa en medio de tanto material para adultos.
—Sí —evidentemente, Tomi no le dio importancia a las cosas que Ecua estaba pensando—. ¡Y también compré cosas! ¡Mira!
Sin pudor alguno, Tomi comenzó a mostrarle las cremas para baño con feromonas que había comprado, así como los perfumes de sensuales y exóticos aromas y los condones saborizados que encontró novedosos. El rubor de Ecua estaba a su máximo nivel… Hasta que la vio sacar un par de cuerdas, largas y de aspecto suave.
—¿Qué son esas cosas? —a pesar de su sonrojo, Ecua, que era un vaquero y sabía qué clase de material podía o no servir para atar ganado, se impresionó al ver que su esposa hubiera encontrado semejantes tonterías en una tienda para adultos.
—Me hicieron recordar nuestro noviazgo —sonrió Tomi—. Y pensé que sería lindo tener mi propio “látigo mágico” para practicar las cosas que una vez me hiciste.
El rostro del presidente ardió de rojo al recordar la ocasión en que, siendo novios, tuvo que atar a Tomi luego de que ella hubiera intentado seducirlo por tercera ocasión. La primera había sido “un favor” de parte de él, que acudió en su ayuda para bajarle la calentura en medio de su celo; la segunda, había sido culpa de él, que se había dejado llegar a la regadera y pasar la tarde con ella, remojados los dos y abrazados. Pero, ese tiempo, se suponía que habían hecho una promesa ante la iglesia y Trazer, el hermano mayor de la muchacha y único miembro de la familia Toden que podía darles su bendición, de llegar lo más puros al altar. Dos veces estaba bien, pero una tercera era inaceptable. Y cuando Ecua descubrió que su novia se había colado a su habitación para pasar la noche con él, el líder de los Reales Neutrales tuvo que desenfundar su látigo mágico para sujetarla de brazos y piernas e inmovilizarla, salvando así la castidad de los dos. Claro, sus manos de hombre habían terminado por encontrar su camino entre las piernas y curvas de Tomi, pero ¡no habían hecho nada esa noche! Él la había devuelto intacta a Trazer.
Al parecer, Tomi no había olvidado lo divertido que toda la situación resultó para ella.
Y entonces, Ecua llegó a una conclusión:
—Amor… ¿y si me amarras?
* * *
Tomi sintió que olvidaba cómo respirar cuando escuchó las palabras de su esposo. Pero si bien ella nunca había siquiera pensando en esa opción, ahora que se la presentaban, no sonaba para nada mal. Ecua era un hombre hermoso y gigantesco, bendecido por la magia de Unitana, que se desvivía por hacerla feliz. Era difícil imaginarse a sí misma dominándolo, siendo la que tenía el control, pero sólo era “difícil” de imaginar porque ella no se lo había permitido antes. Si lo consideraba bien, muchas veces era ella quien había llevado el control. Una vez que las cosas entre los dos se asentaron y ella permitió que el hombre la cortejara como había querido desde la primera noche en que la vio encarar a Holo Uni y Mate Tana, Tomi había sido quien le había puesto límites y libertades. Y cuando Ecua comenzó a respetarlas, Tomi comenzó a disfrutar su cortejo. Apenas el hombre comprendió los intereses y preferencias de la chica, ella dejó de temerle y empezó a esperar con ansías sus serenatas, sus atentas invitaciones, sus cajas de chocolates y sus arreglos florales. Si podían llevar eso a la cama, Tomi sentía que tendría el mejor orgasmo de su vida de casada.
Por eso decidió que lo probaría. Ataría a Ecua a la cama y, por una noche, ella llevaría la batuta de la relación sexual.
Ecua lucía adorable sentado en la orilla de la cama, esperando pacientemente a que Tomi terminara de maniatarlo. Ella no era una experta de los nudos y amarres como él, pero Trazer le había enseñado lo suficiente como para que ningún chivo loco se escapara de los corrales, y la joven esperaba que lo que estaba haciendo por mantener las muñecas de su marido unidas fuera suficiente para inmovilizarlo, pero no para lastimarlo. También le había atado los tobillos, pero de una manera más holgada, y sólo porque Ecua lucía lindo, indefenso y a su merced.
—Podemos detenerlos cuando quieras —ofreció Tomi, sonrosada.
—Sí, sí —la sonrisa de Ecua era amplia y enamorada, un poco bobalicona, pero adorable por su entusiasmo. Tomi le había vendado los ojos con uno de los pañuelos de satín que habían envuelto la lencería que había comprado, y también le había puesto una gargantilla marrón que compró para sí misma. ¿Por qué? Por el simple placer de verlo luciéndola. Con tantas atenciones de su esposa, Ecua se sentía atractivo (a pesar de que no pudiera verse) y listo para prestarle su cuerpo por la noche entera.
Al terminar su amarre y comprobar que no estaba ajustado de manera dolorosa, Tomi contempló su trabajo. El cuerpo de su marido, esculpido y bendecido por la magia del alicornio Unitana, lucía muy apetitoso. El rubor travieso y emocionado de Ecua hacía que el hombretón fuera tan adorable como un pastelillo. Enmarcando el rostro de su amado, Tomi le plantó un besó en los labios, para luego sujetarle el labio inferior con cuidado entre sus dientes, sintiendo que Ecua se estremecía por la “rudeza” del acto.
—Gracias por esto, Ecua.
Antes de que él pudiera responderle, las manos de Tomi sobre sus hombros lo invitaron acostarse sobre la cama. Todavía hacía falta retenerle las manos por encima de su cabeza, sujetas a la cabecera de la cama.
—Te amo, Tomi —fue todo lo que el cerebro de Ecua fue capaz de decir al momento en que el hombre sintió que su cuerpo se tensaba con el amarre con el que su esposa terminaba de inmovilizarlo. Todo él comenzó a temblar, a la expectativa. No tenía manera de saber qué era lo que Tomi planeaba hacerle y eso era emocionante a un grado que Ecua no pensó que lo entusiasmaría.
La mano izquierda de Tomi acunó con cariño una de las mejillas del hombre. Todavía no empezaban y él ya temblaba, sonreía, se ruborizaba y comenzaba a endurecerse. A pesar de haber compartido un año de sus vidas, Tomi continuaba sorprendiéndose de lo mucho que él era feliz a su lado. Bastaban unas caricias o unas palabras acarameladas de su parte para que Ecua estuviera dispuesto a arrancarse los pantalones, o incluso a darle un mejor trato de los representantes de los territorios Entregados y Sacrificados. ¿Quién necesitaba bendiciones de plumas sagradas y colores mágicos cuando se podía tener el poder del amor de su lado? Y el que ellos dos se profesaban era verdadero.
Y Tomi tampoco se podía creer su suerte. Siempre pensó que el flechazo de Ecua por ella sería temporal, algo que se iría cuando la serpiente Amadeus fuera derrotada y el presidente tuviera que volver a centrarse en otras cosas que no fuera colaborar con Holo Uni, Mate Tana y los Toden. Pero no había sido así. Ecua en verdad la amaba.
Con picardía y amor, Tomi dejó que su mano derecha recorriera el cuerpo de su marido, mientras que la izquierda no abandonó en ningún momento su atractivo rostro.
—Ah —gimió Ecua, ultrasensible al sentirse privado de la vista y movimiento, y sintiendo las delicadas puntas de los dedos de su esposa juguetear entre sus pectorales y abdomen.
—Yo también te amo, Ecua —comenzó a decir Tomi. Lo conocía y sabía lo mucho que lo encendía que ella dijera cosas así. Podía ser muy tierna, o podía ser una verdadera villana y llevarlo al límite en el que tenía que deshacerse de sus juntas y pendientes para tener una escapada con ella al cuarto de baño de la residencia presidencial—. Me encanta ser tu esposa. Este ha sido el mejor año de mi vida.
La amplia sonrisa de Ecua parecía querer decirle lo mismo… Pero él no fue capaz de articular palabra alguna cuando ella comenzó a trazar el contorno de sus testículos con las yemas de los dedos, la longitud de su bendito pene de macho.

—Te amo mucho, Ecua —siguió diciéndole Tomi—. Amo las cosas que haces por mí, por Trazer, por Guts, por todos. Eres el mejor marido de todos.
—T-Tomi —balbuceó Ecua, sintiendo que los dedos de la mano izquierda de su esposa le acariciaban los labios mientras que los de la derecha comenzaban a aventurarse a hacerle cosquillas entre las piernas.
—Y cada día te amo más. Imagina un año más. Y luego otro más. Unos cincuenta años a tu lado serían hermosos, y nunca serían suficientes. Quizás cien. O doscientos.
Ecua comenzó a temblar más abiertamente y de sus labios escaparon los primeros jadeos. Detrás de sus ojos vendados, él comenzaba ya a fantasear con doscientos años de vida al lado de su Tomi. Los viajes que harían, los hijos que tendrían, los caballos que guardarían en sus caballerizas amarillas, las fiestas nacionales que pasarían juntos. Noches enteras en los brazos del otro y días completos disfrutando la compañía de su pareja. A Ecua le agradaban esas bonitas imágenes mentales. Y no eran imposibles, si se permitía pensarlas, porque, en su momento, estar con Tomi había sido un sueño que se veía muy difícil de realizar.
Tomi se divertía en ver cómo semejante mastodonte de dos metros y centímetros de estatura se estaba convirtiendo en gelatina en sus manos. ¡Y eso que apenas había comenzado a tocarlo! Tenía en mente un montón de cosas que probar con él. Sin dejar de acariciarlo su entrepierna con cuidado, la colocó sus labios sobre el pectoral izquierdo del hombre, un poco por debajo de la clavícula… Y succionó, planeando dejar un visible chupetón.
—¡Tomi! —gimoteó Ecua.
—¡Perdón, perdón! —exclamó ella, dejando de inmediato de succionar y mirando a su marido a su vendada cara—. ¿Quieres detenerte?
—N-No —admitió Ecua—. Es sólo que… eso no me lo esperaba.
Una sonrisita curvó los labios de la dama. Claro que no se lo esperaba. Ella solía ser dulce y tierna para él, permitiendo que la abrazara con cuidado y siempre la penetrara en posiciones que la delataran a ella como sumida. Pero hoy iba a dominarlo. Hoy iba a jugar conforme a sus antojos más salvajes… O, bueno, aquellos que consideraban que no iban a asustarlo de más.
—Voy a continuar, entonces. Pero dime si quieres que me detenga.
Ecua no quería que ella parara. Luego de su beso-chupetón a su pectoral, Tomi había comenzando a recorrer su pecho y vientre, depositando, a veces, besitos a su paso, y otras, ligeras mordidas que le despertaban la piel.
Gemidos mezclados con chillidos se le escaparon a Ecua cuando sintió la boca de Tomi deslizarse por su pierna izquierda, dibujando su contorno y probando con sus dientes su musculatura. Vendado, él no podía ver si ella estaba dejando marcas en el camino que había recorrido; pero sí que podía dibujarla en su mente, con sus labios coloreados y ojos delineados, saboreándolo y concentrándose en el trabajo que estaba haciendo.
—Ca-Cariño…
Tomi sonrió para sí cuando escuchó el tartamudeo de su marido. Él solía dedicarle los nombres más azucarados y originales. Lo que ella le estaba haciendo le estaba nublando tanto los pensamientos que Ecua apenas si lograba recordar una o dos palabras. Eso era todo un logro desbloqueado.
Luego de degustar el sudor en la firme piel de las piernas de su marido, Tomi se acomodó entre éstas. Ecua estaba muy bien cincelado, gracias a la magia de alicornio que corría por sus venas y por su mérito propio, siempre buscando lucir elegante e imponente ante las cámaras. Pero, si a la mujer le pedían decidir qué parte del cuerpo de su marido prefería, ella no dudaría en responder que sus piernas. Toda esa área era su favorita. Sus piernas eran largas y musculosas, y sus posaderas eran la envidia de toda la región. Los pantalones de vaquero que Ecua usaba, con sus chaparreras y botas, no hacían más que encender la imaginación de Deltomi. En realidad, cuando era una jovencita a la que Ecua apenas comenzaba a pretender, había sido mucho muy difícil no sucumbir a los encantos del Real Neutral… Con sólo verlo de espaldas, la joven granjera había comenzado a considerar las probabilidades, de cuando menos, echarse al presidente en un revolcón loco en el establo.
Afortunadamente para ambos, ahora estaban casados y no había nada que impidiera que Tomi disfrutara a Ecua en toda su extensión. De manera literal.
Postrándose entre las piernas separadas de Ecua, Tomi sujetó con cuidado el pene de éste y lo introdujo lentamente en su boca.
—¡Muñequita…! —gritó Ecua, estremeciéndose completamente.
De tener permitido ver, el presidente habría podido ver la mirada encendida que su esposa le dirigió. Ella seguía sin ser una experta en el arte del sexo oral, pero ya comprendía mejor que era lo que a él le gustaba más, cómo y en qué momento. Antes de buscar darse placer a sí misma con la experiencia que estaban teniendo, iba a permitir que Ecua sintiera los cariños que le gustaban recibir.
Mientras que una mano acunaba delicadamente los testículos del hombre y la otra acariciaba su tronco, los labios de Tomi se entretenían besando y chupando su punta. Los gemidos de Ecua eran música a oídos de la Primera Dama. Había tardado un poco en comprender los deseos de su esposo, pero, con un año juntos, estaba feliz de poder causarle las mismas cosquillas que él a ella.
—¿Se siente bien, amorcito? —preguntó Tomi en un momento.
—Sí —sonrió Ecua, sintiendo la urgencia de luchar contras sus amarres y usar las manos para acariciar la cabeza de su amorosa esposa—. Se siente muy bien.
Entonces ella continuó. Pero sus manos no se quedaron en los sitios donde las tenía, porque Tomi decidió usar sus uñas para recorrer las caderas de su marido. Con Ecua acostado sobre su espalda, el verdadero tesoro que Tomi quería manosear se encontraba escondido.
—Ecua, mi amor, ¿crees que puedas voltearte? —se animó a preguntar la mujer. Para asegurarse la cooperación absoluta del hombre, comenzó a dibujar húmedos círculos, con la punta de la lengua, sobre el glande del pene que saboreaba.
Ecua tuvo que abrir y cerrar la boca unas dos veces antes de ser capaz de responder.
—E-Eso creo —dijo, tanteando con los brazos y las muñecas el amarre con el que Tomi lo había sujetado a la cabecera. Parecía estar lo suficientemente suelto como para permitirle rodarse un poco…—. Pero no sé si quiero hacerlo —admitió, permitiendo que una risita avergonzada se le escapara de los labios.
Tomi se levantó de su lugar.
—Anda, te va a gustar —y, para terminar de convencerlo, añadió—: Hazlo por mí, corazón.
Ecua quiso fruncir los labios. Tenía demasiado malcriada a su mujer; al grado de que ella sabía que no había nada que él pudiera negarle, y más si le hablaba de esa manera. Quizás hubiera sido mejor si él la ataba de nuevo a ella…
Pero accedió. Le había dado permiso a Tomi de hacer con él lo que quisiera, y la verdad era que lo entusiasmaba las ideas que la mujer pudiera tener en su cabecita preciosa.
Los oscuros ojos de Tomi brillaron cuando Ecua se volteó, exponiendo por completo su retaguardia ante ella. Debido a su fuerte erección, el hombre no se acostó por completo, sino que descansó el pecho sobre el colchón y mantuvo las caderas elevadas. ¡Era justo lo que ella esperaba ver! El mejor trasero de Newport era de ella ahora.
—¿Qué…? ¿Qué quieres que haga ahora, Tomi? —preguntó Ecua, intentando mirar por encima de su hombro a la mujer de su vida, sólo para recordar que lo habían privado de la vista.
Por respuesta, él sintió las manos de su esposa comenzar a acariciarle las pompis, con movimientos circulares muy lentos.
—¿Te he dicho que eres muy guapo, Ecua? Eres el hombre más apuesto que he visto.
Ecua se sintió orgulloso. Él sabía que era bien parecido. Su madre se lo había dicho un millón de veces, y sus aventuras previas a Tomi le habían confirmado que no había hembra que pudiera escapar a sus encantos… Pero sólo las palabras de Tomi le podían importar. Había batallado tanto para que ella le aceptara sus cortejos, para que los ojos se le iluminaran al verlo acercarse a ella, para que se ruborizara al recibir un beso suyo en el dorso de la mano, que recibir esa clase de cumplidos por parte de ella eran un tesoro y una bendición enorme. Sin importar el tiempo que pasara o los hijos que llegaran, Ecua no se iba a cansar de escucharla decir cosas así…
—Tomi —suspiró, emocionado y enamorado.
Y, en ese momento, la mujer le dejó caer una sonora y sorpresiva nalgada.
El relinchido que profirió el presidente hizo que tanto él como su esposa se quedaran congelados.
—… ¿E-Estás bien? —preguntó Tomi unos segundos después. Quizás se había propasado con la fuerza de su nalgada.
—Sí —Ecua hundió el rostro entre las almohadas. Sólo relinchaba cuando se espantaba muy feo o algo lo emocionaba en demasía. Desconocía cuál había sido la causa exacta en ese momento, pero fue suficiente para su rostro se coloreara tanto como el rojo característico de los sacrificados.
Por si las dudas, Tomi quitó sus manos de encima de las preciosas pompis de su marido y se preparó a correr por una navaja o algo, en caso de requerir deshacerse de los amarres de Ecua en un santiamén.
—¿Quieres que me detenga?
—No —la voz de Ecua temblaba de vergüenza y de necesidad—. ¿Puedes…? ¿Puedes continuar? Te quedaste en la parte en que me decías que soy el hombre más apuesto que has visto.
¡Ah! ¿Así que eso era lo que el quería escuchar? Tomi podía darle más de eso, si es lo que Ecua estaba esperando.
—Por supuesto que eres el hombre más apuesto de todos —continuó ella, apretando entre sus manos el bien formado trasero de su marido—. ¿Has visto tu retaguardia? Verla me enamoró, Ecua. No tienes ni idea de lo difícil que era para mí no sucumbir a tus encantos.
Ecua quiso rezongarle que entonces qué fue la que la detuvo tanto de permitirle sacarla a pasear en su caballo… cuando sintió que Tomi comenzaba a trazar el mismo recorrido en su retaguardia que, minutos atrás, había hecho sobre su espalda, abdomen y piernas. Con sonorosos besos y cuidadosas mordidas, Tomi iba averiguando dónde mero quería dejar marcas de chupetones en las nalgas de su marido.
Ecua comenzó a temblar. ¡Estaba casado con una pervertida! Tuvo que haberlo sospecho antes, cuando era Tomi quien incitaba las caricias sexuales y le narraba explícitamente las cosas que quería que le hiciera, aun siendo novios… Pero no estaba nada mal. Él era un muchacho chapado a la antigua, con ideas pasadas de moda y una educación muy tradicional. Disfrutaba las posiciones “de misionero” que adoptaba para amar a su Tomi, pero adoraba las “de vaquero” que ella le terminaba logrando, para verla montarlo y descubrir hasta donde podían llegar en su placer.
Y si Tomi quería continuar con sesiones como esas, con él sin otro escape que quedar a su merced y oyéndola habla y saborearlo, Ecua estaba feliz de repetirlo.
Una nueva nalgada, dada después de un marcado chupetazo, hizo que Ecua jadeara.
—Voy a dejarte lleno de mis marcas, amor —amenazó Tomi, apreciando el lindo contraste de la suave herida que había causado con su boca sobre la piel de Ecua. Como si pidiera una disculpa, la mujer dibujó el contorno del chupetón con la punta de su lengua—. Que todo mundo sepa que amo a mi esposo y lo disfruto cada noche.
—No todas las noches —objetó él, con una sonrisa.
—Es cierto —suspiró Tomi—. Tenemos que cambiar eso.
Ecua estaba a punto de proponer una opción cuando sintió que perdía el habla: pasando su mano por entre las piernas de Ecua, Tomi encontró su endurecido pene y comenzó a masturbarlo, mientras ella seguía plantando besos sobre las pompis de su marido y marcándolo con sus dientes.
Tomi disfrutaba sentir la manera en que enloquecía a Ecua con sus manos y labios. Él ya antes había tenido su momento de brillar y lo había hecho, entonando canciones en las masivas serenatas que le llevaba a la granja y que tanto fastidiaban a Trazer, o enterrando su rostro entre sus piernas para darle orgasmos usando sólo su lengua. Era agradable tener ella las riendas en la mano.
—¿Quieres terminar aquí, Ecua? —preguntó delicadamente ella, sintiendo la manera en el que miembro de su marido estaba hinchado y comenzaba a temblar con expectativa—. ¿O quieres que haga algo más por ti?
La boca de él se abrió y cerró varias veces. Estaba tan consumido por el placer ciego que su esposa le estaba dando, así como sus atenciones, que resultaba muy difícil formular pensamientos. Cuando al fin lo logró, fue algo que tomó desprevenida a su mujer:
—En ti, Tomi. En ti.
Ella sintió que se ruborizaba por completo, como si no hubieran estado haciendo lo que hacían y Ecua acabara de proponer la mayor y más hermosa indecencia de todas. En todo el año que llevaban casados, en todos los meses de su relación de noviazgo, Ecua jamás había intentado terminar dentro de ella. En realidad, era muy reservado en dónde terminaban o no sus espermas. Pocas veces permitía que ella los recibiera en los pechos en los labios, y jamás había permitido que los acogiera en su cálida vagina. Cuando se casaron, ella estaba preparada mentalmente para que él le dijera que tendrían ocho hijos y que hasta adoptarían un caballo para cada miembro de la familia… Pero no fue así. Ecua tenía otras ideas en la cabeza: primero quería disfrutarla a ella, conocerla a fondo como su esposa y permitirle que se siguiera desarrollando profesionalmente, ahora que su matrimonio le abría las puertas a una mejor educación, a una preparación más amplia para la vida. Él quería viajar con ella y presentarle todas las cosas que había más allá del Área 5. Ecua también necesitaba tiempo para centrarse en su rol presidencial. No todos los votantes estaban satisfechos con su nombramiento, pero él era el mágico adecuado para reparar los estragos que había causado la serpiente Amadeus al país. Una familia requería tiempo y esfuerzo que Ecua, de momento, no se sentía listo para darle. Y Tomi entendió. Sobre los hombros de su marido se cargaban responsabilidades muchísimo más importantes de las que Trazer le había impuesto a ella con la granja.
—Ecua… —murmuró, conmocionada.
—O no en ti —respondió él, ruborizado—. Pero sí en ti.
Ella asintió. Iban a tener que platicar muy bien, si Ecua sentía que había llegado el momento de tratar de tener una familia, porque, precisamente, Tomi estaba deseando preguntarle cuándo podría darle un hijo, un varoncito precioso muy parecido a él, con mechones del loco cabello de ella; o una bebita de piel rosadita y cabello de oro.
Pero esa plática quedaría para después. De momento, había que terminar lo que estaban haciendo.
—Vuelve a rodarte para mí, amor —pidió Tomi.
Ecua obedeció sin chistar. Sentir la espalda descansar era reconfortante, aunque sus pompis ligeramente abusadas resintieron la suavidad de las sábanas de la cama presidencial.
Tomi tampoco se demoró, deshaciéndose de las pantaletas amarillas con negro de su conjunto de lencería. Estaban húmedas en su centro, delatando lo mucho que ella había disfrutado acariciar a su esposo. Ni siquiera se había detenido a tocarse a sí misma y ya se sentía lista para recibirlo a él.
Con cuidado de no lastimarlo, Tomi se sentó sobre él, con las piernas a cada uno de los lados de Ecua. Con dedos resueltos, la mujer descorrió el nudo que unía las muñecas maniatadas de su marido a la cuerda que lo apresaba contra la cabecera de la cama.
—Terminemos juntos, mi amor —propuso ella.
Como el experto en la materia que era, Ecua no tardó ni un segundo en sentir a su esposa y hallar la entrada al templo que, para él, era su cuerpo.
Tomi apretó los labios. Ecua no dejaba de impresionarla. Era enorme, pero cuidadoso; era poderoso, pero delicado; tenía el pene más duro de todos y el más terso también. Unitana sí que la había bendecido con un buen marido.
—¿Recuerdas nuestra primera vez juntos, Ecua? —preguntó Tomi, llevándose las manos de su esposo contra los labios, haciendo que éstos le rozaran los nudillos al hablar—. Te estoy montando como esa vez, mi amor.
Ecua tuvo que echar la cabeza hacia atrás. Tomi era quien marcaba el ritmo, pero estaba logrando hundirlo hasta su fondo, caliente y acogedor.
—Sí —logró responderle—. Lo recuerdo.
La primera noche que durmieron juntos, ella estaba en celo. Él reclamó su virginidad y le dio su primer orgasmo. Pero una sola vez no había bastado para la chica, y, por más que él se sintiera agotado después de haberla amado con todo y su lengua, Ecua estuvo dispuesto a hacerlo de nuevo. Tumbado sobre la cama de Tomi, le había propuesto que lo montara hasta alcanzar su final. Y eso había hecho ella. Sentada sobre él y con sus manitas sobre sus pectorales, Tomi había terminado de sanar su celo con el presidente.
En ese momento, él no había sido más que un pretendiente ignorado, un tonto con suerte que, por azares del destino, había llegado a socorrer a la damita en su momento de necesidad. En ningún momento pensó que ella en verdad lo recibiría en su cama, en su habitación; pero así fue, y él la vio tocándose mientras la penetraba, la escuchó llamándolo mientras se corrían en las manos del otro, y él supo que la amaba, aunque ella nunca fuera a aceptar ser su novia.
Pero Tomi aceptó. Cuando él volvió, con flores en mano y una banda de varios hombres para darle su serenata, Tomi aceptó. Claro, fue poco después de que él admitiera a los cuatro vientos que habían tenido relaciones y que él no había podido dejar de pensar en ella desde entonces, haciendo que Trazer le diera una tremenda regañiza a la futura Primera Dama. Pero Tomi aceptó. Y al noviazgo le llegó el matrimonio. Y al matrimonio le llegarían hijos, nietos y bisnietos en su momento. En ningún momento, desde que la vio y supo que ella era su chica ideal, Ecua dudó que podrían ser felices si se lo permitían.
—Tomi —jadeó él—. ¡Tomi, te amo!
La mujer sintió la presión crecer dentro de ella. Su esposo estaba a punto de terminar. Pronto tendrían que cambiar sus tácticas y saber si era momento de tener hijos y olvidarse del uso de pastillas anticonceptivas, o si debían de volver a los condones, pero ese no era el momento de negarle a Ecua su liberación.
En un movimiento veloz, el de una verdadera conocedora del cuerpo de Ecua y sus reacciones, Tomi se lo sacó, haciendo que su esposo tuviera que frotar sólo la punta de su cabeza contra la entrada caliente de sus labios vaginales. El calor sería el suficiente para que Ecua se estimulara y terminara. Ella lo sabía.
Pero antes de acabar, Tomi quería tenerlo una última vez. Calculando con su mente febril dónde podrían las camisas de su marido prevenir que se viera lo que ella iba a hacer, Deltomi plantó un feroz chupetazo debajo del cuello de Ecua.
Él gimió con fuerza mientras recibía el amor rudo de su esposa y se vaciaba de la manera más dulce contra sus empapados labios vaginales.
Debajo de ella, Tomi sintió que su marido se relajaba, pero que su corazón no dejaba de latir con fuerza. Había sido una noche intensa.
—Te amo, Ecua —suspiró ella, reincorporándose—. Gracias por ser el mejor marido de todos.
Su esposo no respondió, limitándose a temblar debajo de ella.
Tomi decidió que era momento de liberarlo, e iba a iniciar haciéndolo por los ojos, para que viera cómo la había puesto él y cómo ella lo había dejado, lleno de moretoncitos y rasguños de amor.
Pero cuando Tomi le quitó la venda de satín negro del rostro a Ecua, descubrió los conmocionados ojos de su marido, azules como zafiros y acuosos como los mares.
Ecua estaba al borde de las lágrimas.
—¡Caray, no! —exclamó Tomi, espantada. ¿Qué había hecho mal? Ecua había estado aceptando todas las cosas que ella decía y le hacía. No le había pedido que pararan, ¿o sí? ¿Había pedido que se detuvieran y ella no lo había escuchado? ¿Acaso su marido se sintió obligado a permitir que ella llegara hasta el final, sin importar que él estuviera incómodo, para dejar de sentirse como un esposo “incumplido”? A lo mejor se propasó con ese último chupetón. Lo había dado en medio de un orgasmo, ¿eso lo había vuelto más intenso? ¿Las pompis de Ecua seguirían adoloridas después de las nalgadas que ella le dio? Tomi pensó que no habían sido duras, aunque sí sonoras. Pero podía estar en un error—. ¿Estás bien, amor mío?
Las pupilas azules de Ecua temblaron y sus lágrimas comenzaron a correr libremente.
—¡Ecua, perdóname! —chilló Tomi, alarmada—. ¡No quería lastimarte! —sintiendo el pánico apoderarse de ella, Tomi se apresuró a deshacer el nudo que lo mantenía maniatado—. Dime qué hice mal, para no repetirlo…
—¡Tomi! —exclamó Ecua en el instante en que sintió que sus manos se liberaban, usándolas para acunar el rostro de la mujer entre ellas y plantándole un apasionado beso en los labios—. ¡Fue grandioso! ¡Cásate conmigo, por favor!
Tomi rio entre los besos que su esposo le iba dando por toda la cara.
—Pero si ya estamos casados.
—¡Casémonos una segunda vez! —propuso él.
Tomi continuó riendo, sintiendo que se vencía ante los cariños de su marido, permitiéndose acostar junto a él en la cama. Ecua no tardó en sujetarla entre sus brazos, comenzando a sentir que la euforia del momento pasaba y que el cansancio se iba apoderando de él. Había sido un día largo y una noche maravillosa. Su cuerpo le pedía un poco de descanso y él estaba feliz de poder hacerlo en compañía de Deltomi.
—Hizo falta una fiesta —dijo el presidente, repartiendo los últimos besos en el cabello tricolor de su esposa—, pero feliz aniversario de bodas, mazorca acaramelada.
—Feliz aniversario —respondió ella, acurrucándose entre los musculosos brazos del hombre y las mullidas almohadas—. El primero de muchos —bostezó.
Ecua sintió que su esposa se iba durmiendo en sus brazos. El día de mañana se darían un baño juntos y se alistarían para la reunión que tendrían. Se verían hermosos ante las cámaras, como siempre, la pareja más importante, poderosa y amorosa de todo Newport. Después de cualquier cosa que los otros líderes y dirigentes tuvieran que decir, que proponer, él se llevaría a su esposa a comer a algún restaurante de alta cocina. Quizás, después de comer, juntos podrían ir a la tienda donde ella había comprado la bonita lencería que había estrenado con él. Y también sería lindo hablar con ella las posibilidades de tantear el terreno de fundar su propia familia. Él había estado pensando en nombres para sus bebés: Deltonimo, si el primero en nacer fuera un niño, Ecuami o Tomicua si Unitana los bendecía con una nenita.
También quería hablar con su esposa la opción de la adopción. Después de todo, ambos estaban llenos de amor para dar y él adoraría tener una familia numerosa, sin comprometer de más el cuerpecito lindo de su esposa.
Sí. El día siguiente sería uno muy interesante. Y Ecua se moría de ganas de despertar ya al lado de su esposa.
* * *
Lamentablemente para él, Tomi se levantó muchísimo más temprano que su esposo, acostumbrada a iniciar el día junto al canto de los gallos. Por lo que el tan ansiado baño en pareja no se dio…
Y, lamentablemente para ella, el chupetón que le hizo en el cuello sí fue visible, a pesar de la camiseta de su marido. Y aunque hubiera sido posible disimularlo, Ecua no tardó ni un instante en comentarlo delante de su padre y hermano en el desayuno, y lo presumió delante de los medios y de la tlacuachita escritora que solía seguirlo y con quien él platicaba muy feliz del amor que sentía por su esposa.
Pero, afortunadamente para los dos, el resto del día transcurrió como él hubiera querido, con comidas, compras y charlas importantes en pareja. Luego de un año de matrimonio, cosas muy buenas, muy amorosas iban a pasarles a los dos.
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